Hay aromas que cuentan historias. Sabores que te hablan de la tierra, del fuego, del tiempo. En Oaxaca, uno de esos sabores es el mezcal. No es solo una bebida: es el espíritu de un pueblo, destilado gota a gota, con paciencia, sabiduría y respeto por la tradición.
Más que una bebida, una herencia cultural
El mezcal es una de las joyas culturales más profundas de Oaxaca. Se elabora a partir de diferentes tipos de agave (maguey), algunos de los cuales tardan entre 7 y 25 años en alcanzar la madurez. Cada especie, cada terruño y cada maestro mezcalero le otorgan a esta bebida un carácter irrepetible.
Su elaboración es artesanal. El corazón del agave, la piña, se cuece en hornos cónicos cavados en la tierra, se muele en tahonas de piedra, se fermenta naturalmente y se destila en alambiques de cobre o barro. El resultado es un elixir con alma, capaz de encender los sentidos y contar la historia de quien lo hizo.
Una experiencia que se siente en todos los sentidos
Probar un buen mezcal es como entrar en otro ritmo. Primero se mira: cristalino, con cuerpo, con lágrimas que caen lento en el vaso. Luego se huele: humo, tierra mojada, hierbas, madera, fruta madura. Después, el primer sorbo… y todo cobra sentido.
No se toma de un solo golpe. Se besa, como dicen los sabios: poco a poco, dejando que el mezcal se exprese. En ese momento, el viajero deja de ser turista y se convierte en parte del ritual.
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